“Hacía tiempo que no escribía poesía, salvo piezas de compromiso puntual y brotes sueltos que se imponen solos. La idea de Los años resistentes me empezó a rondar cuando me jubilé de mi absorbente labor periodística, condición laboral que ha influido en el libro, marcando el tono más o menos tangencialmente. Lo quise así por un doble motivo: la intención de crónica del conjunto y por guardar distancias con el protagonista. Buscaba poemas narrativos que hablaran claro y sin apenas artificio lírico de los asuntos (íntimos, sociales, históricos y temporales) sobre los que me apetecía cavilar por escrito con intención de espejo, particular y global. Un sólo hombre abarca a toda la humanidad. A medio camino entre el verso y la prosa, con recursos coloquiales y extensión similar entre ellos. Enfocando desde la segunda persona el camino pasado, presente y futuro del sujeto en cuestión, uno mismo. Con algo de diálogo interno y recurriendo incluso a versos viejos, ajenos y propios, para intentar entender mejor así mi evolución natural, que a menudo (constato en la vista panorámica) ha sido más bien involución.
Aunque en algunos de los textos hay acentos de leves ajustes de cuentas, abunda más la mirada irónica y el toque de humor; sin faltar, ay, algún que otro desgarro emocional inevitable, pero matizado de indulgencia, pues los años valen también para quitar espinas y aliviar las asperezas de toda biografía vivida con intensidad. Procurando dejar en este balance de cosas y casos una impresión de relatividad. Tal la intención (hoy más justificada) de la cita de Yourcernar que usé en mi poemario de 1990 La mirada perdida: La hora de la impaciencia ha pasado; en el punto en que me encuentro, la desesperación sería de tan mal gusto como la esperanza.
Venciendo mi actual pereza jubilosa e ilustrada (me disperso con gusto en tantas direcciones), logré en un plazo modesto, entre el otoño de 2014 y el verano de 2015, escribir los cuarenta poemas que reúne el libro. En gran parte, gracias a los ánimos que me iba dando mi querida amiga Susana Prósper, a quien iba leyendo los textos según iban saliendo; con una disciplina insólita hoy en mí, y que ella aprobaba con una generosidad acaso digna de mejor causa.
Vencido, pues, el reto personal, dejo al lector la cosecha que sigue, con el deseo de que halle en ella los ecos propios necesarios que justifiquen su publicación. Caso contrario, sería un onanismo adolescente impropio de la senectud que hoy luzco con tranquilidad y sin rencores”
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